21 agosto, 2012

De "Los nuevos dioses"

Como siempre, de vacaciones me he traído libros. Uno de ellos es “Los nuevos dioses” de Rafael Gómez Pérez. (1986). Su lectura, tiene su dureza pero estoy aprendiendo mucho con él, y creo que he ganado comprensión con aquellos formados durante generaciones por los representantres del “Siglo de las Luces”, aunque alguién puede que le llamase con gusto el siglo del Apagón. En este último el autor hablando de las razones del ateísmo nos dice que Jean Rostand, destacada personalidad del campo de la biología, no es un ateo “tranquilo”.En las respuestas que a Chabanais en un libro que tuvo mmucho eco en 1973 – son interrogados también Lévi – Straus, Ionesco..etc – sobre el tema de la fe dice “me lo planteo todos los días, sin cesar. He dicho que no. He dicho que no a Dios, por decirlo brutalmente, pero en cada momento, la cuetión vuelve a presentarse. Por ejemplo cuando se habla del azar. Yo me digo: No puede ser el azar el que combina los átomos. Entonces, ¿qué? (...). Estoy obsesionado, digamos el término: obsesionado; si no por Dios, al menos por el no-Dios” y continúa “ No es un ateísmo sereno, ni jubiloso, ni contento. No. Ni me satisface ni me llena; es algo vivo, siempre al rojo vivo. La llaga se abre sin cesar”. Me ha gustado Rostand – al que desconozco - por su honradez, por su sinceridad. Espero que haya llegado, si es que vive, a encontrar al Autor de átomos y neutrones… Una mujer bautizada e instruida en la fe, lo tiene más fácil aunque sea Madame Curie, sobre todo si ha tenido la suerte de ser madre. No quiero simplificar: la fe no es cuestión ni de sexo ni de codos, es un don de Dios, pero Él se deja encotrar: “ para que me encuentre el que me busca”. O mejor : Él nos busca a todos, incansablemente. Una cita – de memoria – de los Evangelios: “ Padre te doy gracias porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla”. Lo cual no quiere decir que no tenga obligación de ser sabio, el que pueda serlo. Además, el verdadaero sabio es humilde, y sin humildad no se llega nunca a ningún sitio. De éste último transcribo algo: