De “El velo de Verónica”
Verónica, después de su conversión, ha pensado hacerse monja del convento de Via Luchessi. El Padre Angelo no ve clara su vocación. Por otro lado a sus diecisésis años no la dejan entrar en el noviciado y cuando esta le dice su deseo de esperar en Roma, en lugar de partir hacia Alemania, donde tendrá su vida porque en Italia no tiene familia el momento oportuno para ello, él le contesta sonriendo: “ – Roma está en todas partes (…) Saque usted al mundo el rostro que lleva radiante en su alma; muéstrele como hija de la Ciudad Eterna, el semblante de su rey.” (….) En la última tarde de mi estancia en Roma, el padre Alngelo y Janette ( la mujer católica que la crió ), me acompañaron, una vez más a San Pedro. De un momento me levantéor la nave central, sumida ya en penumbra nos dirijimos a la confessio, aureolada de luz ; a llí, muy cerca del gran altar pontificio, desde el cual en otro tiempo, me había heridoplenamente el primer rayo del amor a Jesús Sacramentado, nos arrodillamos y unimos nuestras almas en oración. Después de un momento me levanté, y me dirijí yo sola, al lugar en donde el Viernes Santo, hab; tú , no yo a caído de hinojos ante la reliquia de Santa Verónica. Me postré sobre las desnudas piedras del suelo de la iglesia: ella me rodeaba amplia y grande como el mundo al que debía salir - ¡a cualquier lugar al que me dirijiera, nunca encontraría un lugar que no pudiera abarcar esta poderosa iglesia ¡ (…) - ¡Grábate más profundamente en mí, imagen de mi rey; tú , no yo debes vivir en mi alma, en mi corazón,en mi rostro, en mis labios; tú no yo, durante toda mi vida, solo tú¡ Después me icliné al suelo y lo besé; no besaba las piedras, sino besaba el corazón sacrosanto del mundo; besaba el lugar en que se tocan el cielo y la tierra, la Roma de Cristo, la invencible y verdaderamente eterna Roma.” Fin de “El velo de Verónica” de Gertrud von Le Fort”) Cuando estuve en San Pedro con mi marido y mis dos hijas, niñas aún, me acerqué, mirándolas al altar de Santa Verónica y sin hablar sonreí a mi marido, segura de que me entendería. Veinte años después disfrutaría la lectura del libro de Gertrud von Le fort.
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