El mar de Jávea
He estado una bonita semana en Jávea. He sido feliz viéndo ese hermoso mar que Dios ha creado para disfrute del hombre. Para surcarlo,los que son valientes, para hermanarse con los peces nadando con ellos, los que son capaces de hacerlo, para que el hombre, al contemplarlo, como con una noche estrellada, piense en Él: “…nos dejó sus huellas, nos lanzó tras Él” que cantaba el Padre Cué hace ya, muchos años. ¿Cómo no dar gracias a Dios por tanta belleza, por tanta inmensidad? ¿Hace falta otra prueba de la existencia de un Dios - todo poderoso y que nos ama hasta la locura- que ver cada mañana, hasta donde alzanza la vista, ese mar en el que el sol tintinea? Vale la pena madrugar en Jávea: se palpa la verdad del refán que dice que al que madruga Dios, le ayuda, porque no hay mejor manera de empezar el día que la contemplación de ese mar. Y me pregunto: ¿Cómo puede el hombre tratar de convertirse en diosecillo y no ver claro, como la luz del día, “tienen ojos y no ven” que la sensatez pide darle a Dios el culto debido, aunque no fuera más que para “pagarle el alquiler” de este mundo tan hermoso que nos ha dado? Viendo este mar, que varía con cada hora del día, “por la mañana nos visita la alegría y por la tarde nos visita el llanto” que se serena como un espejo de plata a las nueve de la noche, al salir de la misa de 8,30, - que llena, a diario, hasta la bandera la gran Iglesia del Puerto dedicada a Nuestra Señora de Loreto – se agradecí profundamente el don de la vista y recordé el azulejo de la Alhambra, que dice: “Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada”. El mar, por su aplastante realidad, siempre ha simbolizado la muerte, Quiero terminar estas líneas, con un salmo que siempre me ha arrebatado y que le quita a ésta todo su horror: “Al despertar, me sacuiaré de Tu semblante”
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