17 julio, 2012

Virgilio

Con este calor bendito, todo se puede bendecir y es bueno hacerlo, me bajé a tomar café a las cuatro de la tarde a la terraza de abajo, con un par de libros: uno Gertrud von Le Fort, y el Nuevo Testamento. Cogí la novela y dejé sobre la mesa el otro para hacer la oración, al aire libre, un poco más tarde. Un camarero joven que me atendió al ver el Nuevo Testamento sobre la mesa dijo, señalándolo: “¿Me permite señora?”, le contesté : “por supuesto” lo ojeó y tras leer un poco, dijo sonriendo: “si alguna vez no quiere este libro..me lo regala”. Me conmovió. “Te buscaré uno”. Así lo hice y al dárselo: “es como el mío, una traducción estupenda la Nácar- Colunga”. Me lo agradeció. A los pocos días me dice, al verme:”Señora, me ayuda mucho leer la Biblia”. Volví a conmoverme. Le pregunté su nombre: “alguna vez rezaré por ti”, le dije. “Virgilio”, me contestó. Retrocediento en el tiempo conocí a otro Virgilio: “¡Virgilio, las divisiones¡”, exclamaba – con dotes de mando - mientras tiraba la cartera del colegio por cualquier parte, de pura uforia . Esa alegría de la infancia los que la tuvimos, la recuperaremos y los que no la tuvieron, la descubriran. Eso es lo que hay que contarle a la gente, esa es la alegría cristiana. Virgilio era el asistente de mi padre, entonces los comandantes tenían uno y era ésta, una cómoda y deseada manera de hacer la “mili”. Me llevaba al Colegio con gran disgusto mío que prefería a mi madre – inalcanzable para ese menester o la “muchacha”. Pero a cambio, Virgilio era capaz de hacerme las divisiones de los deberes. A veces Virgilio, se equivocaba. ¿Qué habrá sido de él? Será cosa de pagarle a Virgilio con alguna oración – para Dios no hay tiempo – las divisiones y el llevar al colegio a una niña, un tanto autoritaria que se crió en una familia buena pero oyendo en su mas tierna infancia marchas militares.