A su tamaño
La cruz que colocó Dios sobre los hombros de Juan Pablo II, al que dejó sin madre a los nueve años, y más tarde, en su juventud , sin hermano y sin padre, y al que hemos visto sufrir y deshacerse desde el atentado de 1981, era una cruz a su tamaño: la que corresponde a un gigante. Por eso ahora resultan tan elocuentes sus palabras: No tengáis miedo a la cruz de Cristo. La cruz es el árbol de la vida. Es la fuente de toda alegría y de toda paz. Fue el único modo por el que Jesús alcanzó la resurrección y el triunfo. Es el único modo por el que nosotros participamos en su vida ahora y para siempre. Tres generaciones hemos visto – gracias a los medios - la vida de un papa santo. El agradecimiento y el cariño por semejante experiencia, es impagable. Desbordó durante su vida y sigue desbordándose desde el 2 de abril del 2005. Ahora, el 1 de mayo de 2011, festividad de San José Obrero y domingo de la Divina Misericordia, seis años después de su muerte, Benedicto XVI lo declarará beato. Ha habido aclamación popular,- recordemos las pancartas con el: “Santo, súbito” y milagro en toda regla: curación – inmediata, completa y duradera, condiciones necesarias para que una curación pueda considerarse milagriosa - del parkinson que padecía una mionja francesa: la hermana Marie Simon Pierre que acudió a su intercesión. El pueblo de Dios está contento: “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo”. Al pirlo sonreía, y a veces contestaba: “No todo el mundo.”
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