05 febrero, 2011

Lidia


Los “Hechos de los apóstoles” es además de Sagrada Escritura,un libro de aventuras que engancha. Siempre me ha conmovido especialmente un fragmento del capítulo 16, la llegada de Pablo a Europa. Helo aquí:

“Zarpando de Triade, navegamos derechos a Samotracia (…)de allí a Filipos que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia, colonia romana, donde pasamos algunos días. El sábado salimos fuera de la puerta, junto al río, donde pensamos que estaba el lugar de la oración, y sentados, hablábamos con algunas mujeres que se hallaban reunidas. Cierta mujer llamada Lidia, temerosa de Dios, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, escuchaba atenta. El Señor había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo decía. Una vez que se bautizó con toda su casa, rogó diciendo: puesto que me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos en ella; y nos obligó”

Lidia, que sería la primera cristiana de Europa, “escuchaba atenta”... Cuando lo leo, me siento identificada con Lidia. Recuerdo el silencio absoluto cuando en el Colegio, la madre Pilar, a última hora de la tarde nos dirigía una pequeña meditación: “el cuarto de hora de oración” que recomiendan las teresianas. Luego he tenido la suerte de poder escuchar a sacerdotes, verdaderos hombres de Dios. Cuando ello sucede, se ensimisma una. Nada hay más atrayente. Dios “abre el oído”. Lidia oye y se convierte en apóstol: se bautiza toda su casa. Lidia es también una profesional, tiene un oficio: vende púrpura, pero tiene tiempo para ir al río por la mañana a hacer oración. Occidente ha cambiado mucho desde entonces, pero aún así, las mujeres europeas cristianas, debemos aprender mucho de nuestra antepasada Lidia. Está en juego el bautismo y la felicidad de toda nuestra casa.