Con orden y concierto
Esta mañana he ido de funeral, al Tanatorio de Tarongers. Una amiga perdió su única hermana el 9 de octubre y el 13 de enero ha perdido a su marido: su único novio. Sus lágrimas han mojado mi mejilla, al saludarla al salir de la misa. Ésta misa ha sido bonita. La han celebrado dos sacerdotes del Opus Dei – ambos eran de la Obra- y he dado gracias por ellos. No tiene precio oír una misa dicha con respeto, piedad, sencillez. Sin improvisaciones, sin lucirse, sin emplear más tiempo y sobre todo más palabras que las necesarias. Como siempre que alguien bueno se va a al cielo he acabado contenta. Al llegar a casa, he vuelto desayunar bien para celebrarlo. Lo necesitaba.
Ayer, otro cura del Opus Dei – espero ver a muchos y que me saluden cuando llegue al cielo - me alegró la noche. En el programa “lágrimas en la lluvia” de J.M. Prada, vi “El Séptimo Sello”, una vez más. El coloquio tras la película fue estupendo. Tres clérigos y un seglar sabio. Se hablaba del Apocalipsis. Lamenté que al que era de la Obra, J.M. de Prada no le diera más cancha – su razón tendría- porque no perdía comba. “Los sacerdotes solo deben hablar de Dios”, decía San Josemaría. También quería que pidiéramos que los sacerdotes fueran “santos, sabios, alegres y deportistas”. Éste de mediana edad, tenía unos ojos inteligentes y una expresión alegre, solo verlo hacía bien. Seguro que era también deportista.
Un plató es una buena palestra.
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