Pasotas
El que estemos aquí de paso – este verano se han muerto dos conocidas mías y en cualquier época del año nos avisa de tal realidad el ver los huecos producidos al echar una mirada a los bancos de la parroquia – es una razón de peso para no ser pasotas. Es decir, para no pasar sin dejar nuestro pequeño rastro en éste pícaro mundo. Un rastro de sensatez y bondad. De responsabilidad y valentía, que sin duda será seguido pues si, con ayuda de Dios, somos capaces de dejarlo es porque nosotros hemos seguido el rastro de otros. Puesto que si bien se mira, es apabullante el número de gente estupenda que se nos ha permitido conocer en nuestras vidas, hay una obligación moral de no dejar que las cosas vayan de mal en peor, de combatir con buenas razones el “relativismo” porque no se juega con las cosas de comer. Vemos que las “vigencias” sociales, lejos de ser sólidas estructuras en las que apoyarse para vivir amparados y felices – la familia por ejemplo – más bien parecen un castillo de naipes pronto a desmoronarse, bueno será pues abrir el piquito y, cuando haga falta, decir que dos y dos son cuatro y no cinco y medio. Nos lo agradecerán, porque es necesario, como la sal en la despensa. A los niños, obstinados y aventureros les encanta seguir rastros. De nosotros depende que el que dejemos, les lleve a puerto y no a la desesperación. Como Pulgarcito hay que dejar huellas en el bosque de este mundo, para que no se borre el camino a Casa.
(Carta enviada a "Las Provincias")
1 Comentarios:
Rosa,
Muy bueno lo de los "rastros" que les gusta seguir a los niños.
Felicidades por el artículo.
Un saludo
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