30 agosto, 2010

Alegrías

“Anochece y oscurece, más deprisa cada vez”…(me falta un trozo) y viene aquello de: “ …con creciente lobreguez”. ¿ De dónde demonios será esto que me encontré diciéndome a mi misma el otro día? De todas formas me ha gustado recordarlo. Como también: “Ya a mi edad nadie me quita / de sentarme como ves / a la sombra del ciprés / en el atrio de la eremita”. Pero esto si que se de dónde sale: de “La ermita, la fuente y el río” de Don Eduardo Marquina. Autor así mismo de “En Flandes se ha puesto el sol”. Versos que dije a mi hijo Juan, a propósito de que, con la mejor intención quería coartar mi libertad – los hijos suelen hacerlo a veces- sobre el asunto de que tenía que embarcarme para su boda en el mar. Y al decirlos me alegró recordar los cipreses de la ermita del Calvario de Samper de Calanda, a cuya sombra he sido feliz con pocos años.

Glorioso oír recitar esos versos, o cualquier pedazo de buena prosa de “El sueño de una noche de verano”, “Los intereses creados” o “La importancia de llamarse Ernesto”, las noches – creo que de los miércoles – en las que arrebujados alrededor de la mesa camilla de brasero de piñol y faldas de fieltro, tropezando los pies de unos con otros, hasta meter algunas veces la zapatilla dentro del brasero - con el correspondiente olor a goma quemada - nos disponíamos, mi padre, mi madre, mi hermana y yo oír una de esas obras que “¡La Sociedad Española de Radio Difusión¡” transmitía para regocijo de todos, en la década de los cincuenta. Allí empezó mi amor por los libros que me iban a acompañar la vida entera. No eran tan grises, como quieren hacernos creer, los tiempos que viví.

Y lo del olor a goma quemada, me trae el recuerdo la muerte de Unamuno, el 31 de diciembre de 1936, ya de anciano cuando años hablaba con un colega. Aquel se calló un rato y éste, al percibir ese olor y ver que D. Miguel no se inmutaba, se dio cuenta de que no es que estuviera pensando lo que iba a decir, sino sencillamente que se había muerto. Con lo que se hizo realidad en su vida, aquellos versos que escribió una vez: “Quiero morir con los ojos abiertos / quiero morir bien abiertos los ojos.” Corto y cierro, que más contaría.