19 agosto, 2010

La boda

El 16 de agosto, según lo previsto, Juan y Su se casaron en el mar de Javea. En la cala “El Pope”. Marilén – alcaldesa de Guardamar – ofició en la ceremonia civil. El mar – que por la mañana había estado picado – a las siete de la tarde estaba sereno y la tarde preciosa. Había tres barcos: el de los contrayentes, testigos, etc, una “Zodiac” con dos personas más, y en el que me ubicaron a mí –tipo bañera – con otro grupo de familiares. Así pues, pese a mi miedo, me embarqué. Al contárselo a Maribel por teléfono me dijo: “Si no te hubieras embarcado, te retiro el saludo. ¡tanto rezar, tanto rezar¡ y ¿dónde está tu confianza en Dios?”. Me encantó que lo dijera.

Realmente la boda fue preciosa, con champán abordo, apenas pronunciaron el “sí quiero”. Después el barco de los contrayentes, a instigación de Juan, sacó la vela para navegar un poco. Juan, como seguro que ya he contado se embarcó en la carabela “Pinta” en el 92 cuando una réplica de las tres carabelas repetía la “Derrota histórica de Colón” para celebrar el Quinto Centenario del Descubrimiento”. Al izar ellos la vela, los de mi barco quisieron también largarla y mi miedo – discreto pero ahí estaba - al ver que Alejandro que llevaba el barco dejaba el timón a su mujer y se ponía a la maniobra, aumentó. Me dijeron que ella era casi mejor marinero que él. Tremeno: guapa, alta, delgada, con larga melena, lucidora y encima marinero… Me recordó el chiste: nosotras hacemos todo lo que vosotros podéis hacer y encima con tacones altos.

Al bajar a tierra, Pedro, un amigo de Juan desde la infancia – educado como él en un colegio con una seria formación religiosa – y al que después, ya adolescente, le di una Hoja Informativa de San Josemaría, delante de mi hijo Juan – una es arriesgada – nada más saludarme – estábamos solos – me espeta –lo que demuestra que el buen corazón que tenía de niño lo conserva – “¿Y esta boda…? Entendí perfectamente por dónde iba y le contesté: “Espero que haya una segunda, rezo por ello”. Nada de lo que hagamos es indiferente a los ojos atentos de los demás, porque como dec ía Ortega y Gasset: “la vida es alistarse bajo una bandera.”

Cenamos en “Beti Bó”. La noche era magnífica, el ambiente poético, velas, abundantes jazmineros en flor.. y cosa rara: la cena exquisita. Y además gracias a Dios, y al “curro” que me di buscando un buen atuendo, yo estaba segura de mi misma. Reforzando esa seguridad el atractivo de mis dos hijas, que estaban estupendas. Creo que el ir todos de blanco fue un acierto.