Niños
“Lindo, lindo parpadean, estrellitas en el cielo y allí arriba están volando, con alitas de murciélago”. Y el ratoncito que salió del cohete de la tarta de la fiesta del “no cumpleaños” de Alicia, cayó en el azucarero del servicio de té, y el conejo blanco puso la tapa encima.
Mi nieta Belén quedó subyugada por el “lindo, lindo…” y con sus seis años, me dijo convencida: “Dile a Quino que me grave en un disco ese trozo para aprendérmelo”. No hace falta Belén, le dije yo, volveremos atrás y me lo aprenderé. Se lo repetí. “Cópiamelo en un papel con letra clara y me lo llevaré al Colegio”, me dijo. Me alegró la tarde. Y me ilusionó comprobar que tiene sentido poético. Ya lo sabía porque, como a su hermana Marta, le encanta que le recite “La leyenda de Mio- lo- San”, el primer libro, en verso, que me compró mi padre cuando tenía cinco años. También quiere que se lo copie para llevárselo al Cole. Belén es morenita, inocente, buena y charlatana y le encanta verme arreglar armarios a ver si le doy algo que no me sirve: una goma, un frasquito pequeño, una estampa, un trozo de tela, cualquier cosa. Desde que ha aprendido a rallar pan, a veces quiere hacerlo, y cuando ya tiene recogido unos cuatro dedos del bote de cristal, me dice mirándolo satisfecha : “¿me lo puedo llevar a mi casa?”. Porque a Belén le tira mucho su casa: sus padres, sus cuatro hermanos...A veces dice con orgullo: “porque mi familia…” y se le llena la boca. Yo la miro bendiciendo el que su familia realmente lo sea. Que sea ese mundo cálido que hace que un niño pueda enfrentarse luego, con el otro.
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