Como mi madre
Don Álvaro del Portillo – según cuenta Salvador Bernal – cuando estuvo en Zaragoza en 1993 camino de Madrid habló de expresiones aragonesas que utilizaba en ocasiones San Josemaría, como desgana –por hambre -, laminero – por goloso - , lagotero -por cobista -. Se acordó entonces también de un adjetivo que empleó una vez para describir la ropa de cama – áspera, mal lavada – de una casa en que debió alojarse: “arguellada”. Y en fin del nombre del que se ocupa de los transportes de un pueblo a otro – el “tío traidor”, el que “trae” – equivalente al “ordinario” en Castilla o al “cosario” en tierras del sur.
Yo recuerdo haberle oído en una película que recogía las tertulias multitudinarias de su catequesis por Latinoamérica, utilizar la palabra “majadero”, repetida como expresión cariñosa. Así: “¡majadero, más que majadero¡”. Lo hacía a veces cuando quería cortar de manera simpática a alguno que se dejándose llevar por el corazón, o le echaba un piropo o subía con su intervención la temperatura del clima de admiración, cariño y agradecimiento que suscitaba su presencia.
Por mi madre, oí de niña desde siempre las palabras : “laminera”, “desganada”, “arguellada”. Si bien este último adjetivo además de designar una prenda mal lavada o que ha sufrido ya muchos lavados y ha perdido color y apresto, mi madre a veces lo usaba así: “las chicas están muy arguelladas”, queriendo decir que mi hermana y yo estábamos muy delgadas. Entonces la delgadez no era apreciada: “no hay mejor espejo que la carne sobre el hueso”. Mi madre también utilizaba la palabra “majadera” pero sin pizca de cariño. Era una manera de decirte tonta. Como cuando me decía para bajarme a la realidad “¡estás pensando en las avutardas¡”. ¿ Qué sabría ella si estaba pensando en las avutardas o no?
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