07 mayo, 2010

Gabriel

Mi ángel de la guarda se llama Gabriel. Aunque nunca me dirijo a él por su nombre, mi agradecimiento a su cuidado es grande. Tengo un ángel de la guarda fuera de serie. Soy consciente de haber hablado aquí de la importancia que tienen en nuestra vida los ángeles custodios, que nos hacen además de cuidarnos, buenos servicios si se lo pedimos. De ahí el ponerles un nombre. Quien quiera saber más sobre ellos, hay un libro estupendo: “Mi ángel marchará delante de ti” Editado por Palabra.

A mi ángel, le puse por nombre Gabriel, porque además de que llevó la embajada más importante de la historia: que María iba a ser Madre de Dios, es uno de los nombres que le pusieron en el bautismo al que luego sería mi marido.

Hoy me he enterado con satisfacción que en las jornadas “Neurociencia y espíritu” en la Abadía de Motserrat en las que tomó parte mi hijo Juan con una ponencia, invitado por el Abad, el joven monje, que sin conocerlo de nada dio con él a través de Internet, se llama Gabriel. No puedo encontrarlo más evocador. Y no le puede pegar más a un ángel – que por ser un espíritu es invisible – que funcionar a través de la red.

Y me he enterado, porque he leído una narración de Juan sobre su experiencia en Montserrat y su paseo nocturno por la montaña con el monje Gabriel. Cuando a la mañana siguiente quiso despedirse de él, el monje había desaparecido. Para alguien como yo rumia las cosas y tiene, me lo dijeron una vez, el sentido del mito todo esto es un guiño que agradezco.
También a mi ángel de la guarda Gabriel, y a Google.