16 enero, 2010

Con Conchita

Esta mañana he visto a Concha. Por un euro cuarenta céntimos que es lo que vale un café con leche (el mío: descafeinado de máquina, largo de café y con dos azucarillos) que cada una ha pagado, hemos departido una hora y comprobado que en todas partes cuecen habas: ella tiene una hija un problema serio y yo un yerno, al que la crisis, profesionalmente, ha partido por medio. Las dos somos mujeres de fe y hemos quedado en rezar la una por la otra,.( por los respectivos hijos). Las mujeres, mejor dicho, las que ahora somos abuelas, somos grandes: ni comidas, ni cenas, ni copas, ni fasto alguno. Un par de cafés con leche y a hablar, o escuchar, tan contentas, disfrutando del sol de la terraza o del ambiente más o menos logrado de la cafetería. La de esta mañana tenía: buena iluminación, veladores de mármol, máscaras egipcias, y columnas con arcos de medio punto. Como lo leen.

Conchita, que era francamente guapa, alguna vez he hablado de ella, sabe lo que vale un peine. Después de sacar una carrera dura, con una minusvalía notable, se casó, por la iglesia –hoy la aclaración es oportuna - y tuvo una hija. El matrimonio duró cinco años. Él, la dejó: se enamoró de otra y se casó. Conchita “no rehizo su vida”: ejerció su carrera y sacó “sola” a su hija adelante. Con eso de que ella era profesional, él no le pasó nunca un duro.

No puedo dejar de decir que frente a la frase : “rehacer su vida” – cuando uno se ha casado por la Iglesia y no hay motivo para una nulidad – yo prefiero utilizar esta otra: “echó su vida por la borda”. Acharado esto, sigo:

Han pasado treinta y seis años…El marido de Conchita es abuelo. Ahora que la hija de ambos es madre, aparece en la vida de su hija y la llama a menudo. No contento con haber dejado a la madre, ha intervenido activamente en el divorcio de su hija…

Ahora – no he podido menos de alegrarme – este buen señor ha dejado a su “segunda” mujer. Y se da el caso casi cómico, que Conchita me contaba que a veces su hija, que vive con ella, vuelve de casa de su padre con un gran bote de caldo estupendo que el abuelo – que ha aprendido a guisar bien – hace para su nieto…

Yo creo que merecía la pena contarlo.