A la tarde de la vida
Decía San Juan de la Cruz que : “A la tarde de la vida, seremos examinados sobre el amor”. Se ve que había aprendido bien lo que San Juan evangelista, en su ancianidad, repetía insistentemente a sus discípulos: “Hijitos míos: amaos unos a otros”. Nos recordaba a San Juan de la Cruz, una vez más, D. Justo Luis al empezar nuestro retiro mensual de noviembre. D. Justo, se ha pasado la vida predicando y ejercitando la caridad. Ahora, desde que le han operado de cataratas – D. Justo es pintor - se ha hecho viejito. Antes cumplía años sin perder su cara de monaguillo y sonrisa angelical. Me impresionó verlo.
He hablado con Mila por teléfono. Estudiamos juntas la carrera. Tiene 72 años y aunque su leucemia está vencida, le da por acobardarse y no sale de casa. Me ha contado, una vez más su vida. Esto de oír más de una vez lo que nos cuentan, es como decía Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, como ver otra vez un paisaje ya conocido, siempre lo podemos disfrutar de nuevo.
Mila, a los nueve años se iba con su padre al campo a coger aceitunas. Luego, cuando se hizo constructor iba con pocos años cargada de dinero para pagar a los albañiles y a veces llevarles la comida. Consiguió hacer Químicas, aunque en su familia solo tenían carrera los varones. La “Termo” la estudió vendiendo entradas en la taquilla del Cine Lido, cuando a su padre le dio por ahí. Se casó, ejerció su carrera como profesora de Instituto, a pesar de tener cinco hijos. Entonces no había pañales de celulosa, había que lavar, meter en lejía, tender y doblar picos y gasas. Luego tuvo de ancianitos en su casa a su padre - que vivió hasta los 93 -, su madre y su suegra. Los tres murieron en ella. Ahora Mila, por su inactividad, se siente inútil. Le he recordado la frase de San Juan de la Cruz del principio, y otra de Juan Pablo II: “ Ser santos es vivir alegremente la voluntad de Dios”
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