Andrés, el hermano de Pedro
Ayer, festividad de San Andrés y primer día de la novena de la Inmaculada, tuve un día bonito. San Andrés, en la calle Colón, nº5 es la parroquia de mi juventud. Entonces, al pasar por el gran crucifijo de la entrada, al tiempo que besaba sus pies, le pedía encontrarme con J.A, un mozo, alto y de ojos verdes, con el que nunca cambié palabra. Pero que todos los días al ir al Colegio, a las 3 y media apostado en la puerta de su tienda, me miraba largamente. Allí mi madre, en la capilla del sagrario, frente a Nuestra Señora del Sagrado Corazón “Abogada de las causas difíciles y desesperadas”- como reza el rótulo a sus pies – pasó muchas horas en su vida. Mi madre, ya viuda, nos sacó adelante a mi hermana y a mí y seguramente debo a sus oraciones haber terminad una carrera difícil, que estudié para complacer a mi padre.
Andando el tiempo, teniendo ya cuatro hijos, cuidaría, durante un año, a Pedro, el cuarto que dejó mi hermana al morir en el parto. Su padre se volvió a casar y al hijo que tuvo, le puso por nombre Andrés porque según nos cuenta el evangelio “Andrés era el hermano de Pedro”. Antes estas cosas se tenían en cuenta y uno quizá abría al azar la Escritura antes de encasquetarle a una hija el nombre de Luna o Bimba. Pero dije que hablaría de ayer. A ello voy.
Comieron en casa mis dos hijos mayores. Uno de ellos con su mujer y su hijo de tres meses. ( Por el que rezo para que lo bauticen, e invito a quien ésto lea a rezar una avemaría por que bauticen a Álvaro)
En la tertulia de sobremesa, que resultó entrañable, saqué la gran caja de fotos de familia: de aquella en foto en Samper, cuando tenía 13 años, el día en que celebrábamos el santo de las tres Rosas: mi abuela, mi madre y yo de los muchos sentados a la mesa, quedamos aquí dos: mi primo César y yo… No me pareció mal verla el último día del mes de noviembre, mes dedicado a las almas del purgatorio. Nosotros de novios, yo con bata en el laboratorio, niños de todas las edades… cartas escritas a la abuela por mis hijos de niños en verano…Toda una vida rica y real a la que mirar en bloque con agradecimiento
Al irse éstos, vinieron a merendar mis hijas maridos e hijos. Mucho niño. Mucha belleza. Mucho cariño.
Luego fui con dos amigas a la novena. Encantadora y llena de varones, en su mayoría jóvenes. Por cuestión de horario fuimos a la de chicos. Nos pusimos en primera fila y junto con otras mujeres que allí había, fuimos
Calificadas cariñosamente de “infiltradas”.
Una pequeña anécdota de ella: diez años antes de morir Juan Pablo II una monja de las que lo atendían le dijo: “Estoy preocupada por la salud de su Santidad”. A lo que el Papa le respondió: “Yo tambien estoy preocupado por la salud de “mi” santidad”.
Salimos muy contentas, como pasa siempre.
Por la noche mi hijo Juan me llamó para darme las gracias por la hospitalidad y me dijo lo a gusto que estuvieron
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