15 noviembre, 2008

Los gozos y los días

Ayer pasé una tarde estupenda con mi nieta Belén de cinco años. La recogí del “Cole” y después de darle los chicles de fresa por los que me preguntaba cada vez que me veía, le propuse: “¿Vamos por ahí en autobús a hacer cosas, o nos vamos a casa?”. Contestó: “A casa”. Estaba reventada. Había ido de excursión con el colegio y con la emoción se había levantado sola, y a las ocho menos diez ya estaba con su uniforme puesto, esperando que la llevaran al Colegio, en el que entra a las nueve. Nos vinimos a casa. Ella a colorear su cuento y yo emplearme en la embarazosa tarea de romper algunos recortes de prensa de hace muchos años y seguir guardando otros por Dios sabe que años más. A hacer el escrutinio del bául de los recuerdos, para ir aligerando el equipaje. Releí cosas que me gustaron y que, a poder, conocerán las redes de silicio para que puedan anidar en otras gentes. De vez en cuando regalaba a Belén una libreta vacía o una carpeta desalojada de su carga. O le ponía, por indicación suya, deberes de copia: “Carla, Belén, papa, amiga, nube, ” o sumas: 3+ 2= ; 5+4=; … Una tarde entrañable. Cuando me sentía satisfecha de “hacer familia” y escribir, en el corazón de Belén, una página bonita de dedicación y cariño, de la que solo Dios sabe su repercusión. Belén, que requiere mucha atención porque tiene cuatro hermanos más, me hizo dar un codazo al flexo y al caer éste al suelo, media casa se quedó a oscuras. Nos bajamos a rezar a la parroquia, que después de todo tenía luz, a esperar que viniera su padre a por ella. Luego vino el del seguro de la casa, y “ la luz fue hecha”. Hay unos trabajos, más hermosos que otros.

Hoy, día de San Alberto Magno patrón de los químicos y por tanto mío, he llamado a mi amiga Belén, catedrática de Química Orgánica porque la operan dentro de poco y quería que supiera que está en mi cabeza y en mi corazón. Luego he oído misa de 12 en la capilla de la Inmaculada de la catedral. Muchos años he ido yo de moza a confesarme con Don Benjamín Civera, canónigo y sacerdote de las teresianas que tenía el confesonario pegadito a esa capilla. Me ha alegrado comprobar que el otro sacerdote que concelebraba era otro canónigo, Don Vicente Subirá que fue profesor mío de religión en la Facultad de Ciencias y me dio Matrícula de Honor. De los tres sacerdotes que estuvieron en mi boda: Don Benjamín ( que me casó y me leyó la lectura de la mujer fuerte de la Biblia) solo vive Don Vicente. El otro Don Luis Alcón, que bautizó a mi hija Fe, está como Don Benjamín, en el cielo. Testigos de mi boda fueron y en buen sitio están.

En la catedral estaba Gloria Cuevas, una ancianita a quien siempre admiré, viuda de Manolo de la Llave, también químico y pariente cercano de Leopoldo Alas “Clarín”. Pero Gloria requiere punto y aparte