La carta que no llegó
Escribí a la Madre Pilar, mi monja teresiana de mis dieciséis años, en contestación a la carta suya que le escribió otra monja a ordenador. Era la primera vez que esto sucedía siempre había escrito ella con su bonita “letra de Compañía. Me decía: “aunque dada mi edad tengo que pasar de vez en cuando por el hospital, me puedo valer sola, y vivo con la paz que da la fe en Dios que nos cuida y nos salva”. Hoy me devuelven mi carta sin abrir c”on unas letras de la Hermana ( ahora se llaman así y no madres) Ana María Ebri diciéndome que la Madre Pilar, había fallecido el día 2 de junio. Debía tener 83 años.
En Pascua, cuando la llamé por teléfono me dijo que le pidiera al Señor que le abriera las puertas del cielo, que ya iba siendo hora. Lo dijo riéndose. Con la misma risa de siempre. Todo llega. Una intercesora más en el cielo y un “•hasta luego, Madre Pilar”.
Me he enterado hoy, festividad de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Patrona de los Médicos Militares. Mi padre lo era. Cuando éste murió de repente, yo tenía 17 años, vinieron a casa dos monjas del Colegio ( siempre salían por parejas), la Madre Digna y otra que no recuerdo. La Madre Pilar no vino, como yo hubiese querido, porque padecía del corazón, desde muy joven y no quisieron que se impresionara.
Hace dos días llamé por teléfono a Conchita, hablé de ella aquí, como de la Madre Pilar. Pertenecen a la misma época de mi vida. Conchita tiene 92 años. Víuda desde los 27. Vive sola, no solo se vale por si misma sino que va a misa a diario. “No se creen en el mercado que tengo 92 años. Parezco más joven que mi madre que murió a los 73. Debe de ser por la ropa”.me dijo. Y al poco: “Me da miedo la enfermedad, pero morirme no me da miedo. Nuestro Señor me ha hecho mucha compañía durante la vida a mi que soy muy miedosa. No me va a dejar sola a la hora de la muerte.” Le dije: “ Conchita, esto que me has dicho, lo postearé”
Conchita es la madre de Inmaculada. Éramos amigas, desde muy pequeñas. Ella llamaba a mi padre Don. Carmelo y él a guisa de saludo, un tantico socarrón, le decía cuando venía a casa a jugar los domingos por la tarde: “Ya está aquí Inmaculada, toda vestida de azul”. De más mayores Inmaculada venía por las mañanas a buscarme a casa para ir juntas al Colegio. A veces me encontraba aún en la cama y se indignaba. Por aquel entonces empecé a llevar la cuenta a diario de si me levantaba haciendo pereza o no. Cuenta que le daba semanalmente a la Madre Pilar, que siempre acogió mis cuitas con una sonriente comprensión. Desde el cielo puede leer estas cosas, aunque tenga planes más divertidos.
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