Adiós señora Glegg, adiós señora Pullet
Y Adiós también a la señora Tulliver, con su rostro de hermosa lozanía, su aire grave y las cintas de su cofia tiradas hacia atrás, mientras trinchaba la carne y servía la salsa, para la gran comida familiar. La señora Tulliver es la madre de Maggie y de Tom y junto con el señor Tulliver viven felices en el molino del Floss. Y allí se quedan porque yo no sigo asistiendo a las peripecias de dimes y diretes de ésta con sus hermanas – facilitadas por las desiguales bodas de las tres - la señora Glegg y la señora Pullet. Y pas abandono a su suerte, porque yo también podría contar, y mucho me gustaría hacerlo, cuando en Samper de Calanda, a donde mi padre mi madre mi hermana y yo, íbamos durante el verano a casa de mis tíos Pilar y Luis y venían, desde Albalate del Arzobispo a comer con nosotros los tíos Gregorio y Josefina y la mesa se alargaba y aderezaba de modo impecable y la tía Pilar se pasaba la mañana entera en la cocina, ayudada por la gordita Mary Carmen y mi madre y su hermana se aconsejaban la una a la otra prudencia en el decir porque Josefina, al fin cuñada – cuñada viene de cuña - se enfadaba a las primeras de cambio y se sentía herida por un quítame allá esas pajas bien por su esmerada educación en Las Damas Negras, o por alguna otra razón.
“El molino del Floss” es una novela gorda de George Eliot que hubiera leído a gusto si tuviera cuarenta años menos. Todo tiene su tiempo y a mi ni me sobra ni estoy ahora en esa onda.
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