15 mayo, 2007

Brasil

Todavía se escucha, en alguna verbena, aquella canción que tanto me perturbaba de niña: “Brasil, la tierra donde te encontré / donde en mis brazos te estreché / donde mi amor te declaré…”. El Papa ha estado Brasil y ha hablado de castidad. Dios lo bendiga, que lo bendice. La castidad, el dominio del propio cuerpo, vivida de una manera en el celibato y de otra en el matrimonio es algo que alegra al hombre, lo engrandece, lo libera y por difícil que pueda ser afirmarlo en el mundo de hoy, hay que hacerlo. ¿Qué a muchos no gusta? Nunca llueve a gusto de todos y sin embargo la lluvia es necesaria. No ha mucho me contaba una joven profesora de Colegio concertado, la pena que le dio cuando una alumna de dieciséis años le dijo que había empezado a acostarse con su novio. La profesora es madre de cuatro niños pequeños y le cuesta sus buenos euros el que sus hijos se eduquen en un colegio que está en la línea de lo que ha dicho el Papa en Brasil y de lo que dirá siempre en cualquier parte porque la verdad es lo que es y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés. Voces agoreras dicen que con esos discursos la Iglesia va al fracaso, que no durará. Son eso, voces agoreras. La realidad es muy otra, el hombre cabal es un ser que se revela ante quienes tratan de hacerlo, como el animal, esclavo de sus instintos. La castidad puede pesar, pero como le pesan a un aguila sus alas.
pero gracias a ese peso puede mirar de hito en hito al sol.