Punto de Compoirtamiento
Cuando era niña, las monjas estaban empeñadas en que estuviéramos siempre calladas. No se podía hablar en la fila (entonces íbamos en fila a clase), no se podía hablar en clase, había que esperar al recreo. Solo en clase de labor, el conversar con la de al lado no estaba, por así decir penalizado. Y desde luego el silencio en la capilla era riguroso.
Resultaba transparente que en la capilla estaba el sagrario y Dios en él. Con tal interlocutor ¿Cómo podía una pensar en hablar con nadie? Esto nos lo metieron en la cabeza, con su actitud, de tal modo, que me desagradan profundamente el alboroto que a veces se produce en bautizos y comuniones. Recuerdo entonces la expulsión de los mercaderes del templo, porque aunque en esas ocasiones no se venda nada no pueden estar más claras las palabras de Jesús: “Mi casa, es casa de oración”. Pero a lo que iba: cuando una niña pequeña hablaba en clase con su compañera de pupitre, la monja, que por estar colocada en el estrado dominaba la clase, decía con voz fuerte: “Señorita Navarro (pongo por caso): Punto de Comportamiento”. Y la niña en cuestión sacaba su pequeña tarjetita naranja ( los puntos de comportamiento eran naranja y los de aplicación verdes) y la dejaba sobre la mesa de la profesora. Empezábamos la semana con una serie de puntos (como debería empezar la vida con un sueldo mínimo) que luego se iban aumentando o perdiendo, y se contabilizaban los sábados que además de ser el día de la Virgen, se repartían los premios: una según el número de puntos tenía derecho a banda de aplicación o de comportamiento o se iba a su casa sin pena ni gloria.
Con los años una ve lo bueno de ese hábito de silencio que tanto favorece la convivencia. “No hay mejor palabra que la que está por decir”, dice el refrán.
Leí en los escritos de Santa María Faustina kowalska que Dios, para trabajar en las almas, necesita del silencio, y que a Él, no le gustan las parleras. ¿Qué opinará de mi blog?
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