Libros vivos
Los niños son libros vivos. Páginas en blanco en las que se puede escribir cualquier cosa. Y ¿quién mejor que la madre para empezar a escribir en ellos? Por eso sentí cierta pena cuando alguien me dijo hace poco, que una madre de tres niños pequeños se ha ido a New York todo el curso para restaurar allí cuadros de Soraya. Sus hijos quedan a cargo de las abuelas, que seguro que sabrán también escribir pero no con la misma letra. También hace poco me decía un taxista: “Yo me he criado con mi abuela ¿sabe usted?. Y no es lo mismo. A mi padre eso le venía muy bien. Ahora voy a verla un día en semana y le doy la vida porque tiene 86 años y vive sola. Mi padre ni aparece. No sé como su conciencia se lo permite”. Hablar con los taxistas, cuando dan pie para ello, es una fuente de aprendizaje. Hoy las abuelas que sin abdicar de su condición de tales, sieguen educando, con serenidad y buen humor, a los hijos de sus hijos, como educaban a aquellos, tienen excelentes oportunidades de realización. Ayer, sin ir más lejos, yendo con mi nieta Marta, de siete años, en el autobús rumbo a la Biblioteca de María Lázaro, me dice : “ Abuela, ¿quieres que repasemos los Mandamientos de la Ley de Dios? ”. Lo hicimos. Se los pregunté una y otra vez porque es incansable y nunca le salían todos bien. Los de nuestro entorno, aunque los hubieran olvidado seguro que se los aprendiron. Una señora de mediana edad la miraba sonriente.
(Carta que he enviado a Las Provincias en las inmediaciones del 8 de marzo día de la mujer trabajadora )
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