06 noviembre, 2006

Cataratas

“No te operes las cataratas,José". Aconsejaba Amparo a su marido y me explicaba el consejo: “Me ve como una hada ¿sabes?, como entre nubes”. José y Amparo eran, cuando esto me contaba ella, un feliz matrimonio de la tercera edad. Ella mujer, animosa, simpática y de carácter y para decirlo todo, fea. Dicho sea en honor a la verdad, en este caso subjetiva, porque si soy amiga de Amparo más amiga soy de la verdad, como diría Platón, y habría que tener mucha imaginación para ver que sus rasgos, habían sido alguna vez armoniosos. Pero nunca se sabe. Tampoco hubiera imaginado nunca que mi abuela Pilar, madre de doce hijos, hubiera sido una mujer guapa, y a ella le gustaba repetir, si venía a cuento, que el abuelo Matías fue un hombre de suerte porque se casó con una mujer “joven, guapa y rica”. Y también repetía aquello de que “la tuvo, retuvo y guardo para la vejez”. Lo que la abuela Pilar retuvo en su vejez, Dios sea loado, no fue su bellaza, si la hubo, sino su patrimonio. En su casa podía comerse de modo lamentable pero no se vendía una finca. Los hijos heredaron.

El caso es que ahora la que tiene cataratas soy yo. Suave de momento, pero el paisaje va perdiendo hondura. Mientras quede vista para leer, ver rostros cercanos y disfrutar celajes… Las cataratas se operan, lo sé. Pero a veces más vale malo conocido… Mi amiga Maribel también tiene cataratas en sus grandes y hermosos ojos azules. Quedamos en pedir al Señor cada una por la vista de la otra. Yo a veces lo hago así: “Santa Lucía, la vista de Maribel y la mía”. Veremos. Eso espero.