Contando mi mañana
Una vez más, un libro magnífico me acompaña durante 15 minutos al empezar el día. Se trata de “La Virgen Nuestra Señora” de Federico Suárez,
Ed. Patmos y que ha alcanzado ya su 24 edición. Este libro, que leí cuando era joven lo dejé a una amiga y no me lo devolvió aunque repetidamente se lo pedí. Ahora lo estoy volviendo a leer en un ejemplar nuevecito. D. Federico Suárez, sacerdote del Opus Dei, era Catedrático de Historia de la Universidad de Madrid. Tiene una prosa estupenda.
He llamado por teléfono a la Madre Pilar que ahora no está en Calahorra sino en Zaragoza. Tiene ochenta y tantos años y estudió Químicas en Zaragoza cuando Iñiguez, catedrático de Matemáticas, se cepillaba a ocho alumnos seguidos con una integral. La Madre Pilar nos explicaba Matemáticas, Física y Química y raramente contaba nada suyo. Pero sonreía de un modo habitual en tiempos de la “España gris” sin locutoras de tv, que tienen que sonreír por oficio. La Madre Pilar es monja teresiana
de las de San Enrique de Ossó. De niñas rezábamos por su canonización.
La Madre Pilar, al final de su vida, está junto a la Pilarica y el “Padre Fundador” no solo es santo, sino en Zaragoza le han dedicado una calle y en ella vive.
A las 12 he quedado un rato con Virginia. Virginia es una mujer joven. Hemos hablado de la amistad entre hombres y mujeres en estos tiempos revueltos que se precian de despreciar lo elemental, lo obvio. Le he dicho dos refranes que me enseñó mi madre: “Entre santa y santo, pared de cal y canto” y “El hombre es fuego y la mujer estopa, viene el diablo y sopla”. No los conocía y le han gustado.
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