"De sangre en sangre vengo"
“De sangre en sangre vengo, como el mar de ola en ola…”
El 6 de marzo de 1938, se casaron mis padres a las 7,30 de la mañana en la Iglesia de Santa Engracia de Zaragoza. Fue una boda doble: dos hermanas, de profesión sus labores, se casaban con dos médicos. Luego harían el viaje de novios juntos hasta Pamplona. Eran tiempos de guerra. Mi tía Pilar, que se casó con D. Luis Bueno Sánchez, hombre que haría en su vida bueno su primer apellido, no hubiera contraído nupcias si no se casaba a la vez que su hermana. Ella, no se casó enamorada. Se casó, al decir de mi madre, con la cabeza. Sin embargo, acabaría amando con fuerza a su marido. Pocos hombres han estado cuidados y mimados como él. Es lo que tiene la fidelidad y, digámoslo sin rubor, unos tiempos en los que la familia era fuerte y estaba socialmente protegida. Con toda una vida por delante, había tiempo para enamorarse del marido. En esa discreta y mansa felicidad doméstica, los hijos crecían seguros.
Estoy leyendo, por pura nostalgia, “La casa de la Troya” de Pérez Lugín, que leí, como obra de teatro, cuando era moza y me reí bastante. Ahora no me río, pero sigo enredada en los amores de Carmiña Castro Retén y Don Gerardo Roquer y Paz. Transcribo un párrafo en el que cuenta, bastante fielmente, cómo éramos muchas chicas de esa generación y de la siguiente. Por el contraste que ofrece con lo que hoy ocurre, creo que vale la pena hacerlo.
“Carmen, segura ya del cariño del estudiante ( al que ha conseguido transformar de tarambana en buen estudiante), abandonose a él confiada y le mostró hasta el fondo de su alma inocente y pura. Era otra mujer: una Carmiña infantil, sencilla, ingenua, muy distinta de la grave y reservada señorita que Gerardo conoció en Compostela”.
Te quiero con toda mi alma, le había dicho él en el baile del casino. ¿Cómo si no?
Era el alma lo que primero se embarcaba en el enamoramiento, aunque éste no prescindiera del cuerpo.
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