09 enero, 2006

9 de enero 2006 - 9 de enero 1902

Por fin puedo ponerme a escribir después del obligado paréntesis de Navidad en el que no se da a abasto a acarrear víveres, procesarlos y compartirlos con los nuestros. Mucho hay que contar. Mucho, que debería contarse, se quedará en el tintero. Dura condición del hombre que no puede hacer todo lo que quisiera. Necesitamos, es de cajón, la eternidad. A propósito de eternidad recuerdo a mi amiga Rosa a la que el pensamiento del cielo como que le aburre. No entiende – les pasa a muchos - que el hombre pueda ser feliz alabando a Dios eternamente. La verdad es que yo creo firmemente eso que dice San Pablo, no recuerdo en cual de sus cartas, eso de que: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni paso por pensamiento de hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Y al escribir esto, por una afortunada asociación de textos, recuerdos e imágenes con los que algunas veces nos obsequia la vida, me parece estar viendo una graciosa postal coloreada de los años 50 en la que debajo del dibujo de una princesa y su trovador, tiernamente abrazados se leía el siguiente versito:
“Vivir siglos en instantes
es ese don venturoso
que disfrutan los amantes”
Quien sabe si dicha postal llegó a mis manos de niña como una primera noticia de lo que sería el cielo. No se por que me he metido por estas veredas. DE hecho quería empezar contando algo del mensaje del Papa el día primero de año. Y tantas cosas estupendas. Lo haré.
Empiezo a escribir en el 2006 el día 9 de enero, aniversario del nacimiento de San Josemaría Escrivá. Aunque podría elegir en su honor una cita de sus razonables, apasionados y jugosos textos. Haré otra cosa citar a Lubac, al que no hubiera llegado si no hubiera sido por él. Creo que es apropiada para un año que empieza. Dice así:
“Para elevarse hasta lo eterno hay que apoyarse necesariamente en el tiempo y bregar en él. El Verbo de Dios se sometió a esta ley esencial: vino a librarnos del tiempo pero por el tiempo”