04 septiembre, 2005

El bastidor

Seguro que muchas jóvenes hoy no saben lo que es “el bastidor”, y sin embargo pertenece de algún modo a su historia familiar ya que sus abuelas y bisabuelas pasaron muchas horas inclinadas sobre él, mientras de algún modo pensaban en ellas. Porque ¿era posible entonces bordar una sábana de matrimonio sin pensar en los hijos que vendrían? Y el bastidor, formado por dos circunferencias concéntricas de madera, de casi el mismo radio, servía para eso: para bordar con esmero sobre una tela tensada entre ambas. Cuando a veces contemplo muchachas inclinadas horas y horas sobre el ordenador realizando un trabajo muchas veces monótono y sobre todo opaco, pienso en aquellas otras que conocí de joven en Samper de Calanda, pueblo del bajo Aragón de tierra rojiza y buenos quesos, que pasaban sus tardes sentadas a la puerta de su casa en bajas sillas de enea, a veces haciendo corro, otras en solitario bordando sobre el bastidor
hermosos pájaros con alas desplegadas de exótico plumaje o historiados ramilletes de flores con la extensa gama de matices que hacían posible las madejitas de colores de hilos Moliné. Labores verdaderamente delicadas de las que aún podemos ver muestras en los manteles de altar, blancos y almidonados, en alguno de esos conventos de monjas desperdigados por nuestra tierra. Otras veces el bordado era con hilo blanco sobre un buen algodón y se trataba de grandes letras mayúsculas de sofisticada caligrafía con profusión de hojarasca y arabescos. Eran las iniciales del propio nombre y aquello era una sábana de matrimonio del ajuar.
Por aquel entonces, las mocitas no se acostaban con cualquiera. Lo harían solo con quien habría de ser el padre de sus hijos. Cuando el sexo era tabú, había a su alrededor muchas cosas bonitas. Esas sábanas bordadas bajo el cielo entre sueños y risas podrían ser un ejemplo.
Estoy pasando unos días de verano en Rábielos de Mora, otro pueblo aragonés. Entre ambos, casi ha pasado mi vida. El encontrar en éste los mismos cardos violeta, las mismas pequeñas margaritas, algún camino de carro flanqueado por muros de adobe.. ha debido propiciar estos recuerdos…Y justo esta mañana, al encontrarme a Carmen, la encargada de la lavandería del “Hotel de la Montaña”, a la que conozco y aprecio hace muchos años, me ha dicho hablándome de su hijo: “Mi hijo es buen chaval, no bebe, no fuma, no le gusta la bulla..pero no sé, tiene ya 23 años..y las chicas ahora lo consienten todo. Un chico se va a los 18 a vivir con su novia y a los 25 está solo. Y es lo que yo les digo: dosificaros el amor, para que os dure un poco más.”