De "Sombras en la hierba" (Isaac Dinesenn)
El León “La primera vez que llegué a África no sosegaba en pensando en cobrar por lo menos un hermoso ejemplar de cada una de las especies que hay en el continente. En los últimos años que allí pasé, no hice un solo disparo como no fuera para proporcionar carne a mis indígenas. Acabó resultándome irrazonable y hasta feo y vulgar, sacrificar a unas horas de emoción una que pertenecía al hermoso paisaje y en el que había vivido diez, veinte o – como en el caso del búbalo y el elefante – cincuenta o cien años. Pero la caza del león era una tentación irresistible y el último lo maté poco tiempo antes de abandonar África. Aquella mañana de año nuevo bajé del coche haciendo el menor ruido posible, y cruzando las altas hierbas húmedas que me mojaban las manos, me eché el rifle a la cara y avancé hacia el león, que se sacudió todo él, se puso en pie y permaneció inmóvil, vuelta hacia mí la paletilla y ofreciéndome el mejor blanco de mi vida. El sol no rebasaba a un el horizonte y tras la oscura silueta, el cielo era claro como el oro líquido. Un pensamiento me asaltó: “Te he visto antes; te conozco bien. Pero ¿de dónde?”. La respuesta no se hizo esperar: “Es uno de los leones del escudo real de Dinamarca; uno de los tres leones azul oscuro en campo de oro.”lion posant or”, como se dice en el lenguaje heráldico; y además el lo sabe”. Me senté en el suelo; apoyé en la rodilla el rifle de Denys y en el preciso momento de apuntar adopté una resolución: “Como mate este león le voy a regalar su piel al rey de Dinamarca”. El estampido del disparó resonó por el tranquilo paisaje del amanecer y su eco rebotó por las colinas. El león pareció levantarse medio metro por el aire para caer desplomado y quedar inmóvil. El tiro le había dado en el corazón como tenía que ser.” Y en la página anterior de “Sombras en la hierba” Isaac Dinesen, había escrito: “ …la caza del león es siempre una aventura de perfecta armonía, de hondo y ardiente sentimiento mutuo de deseo y veneración entre dos criaturas nobles e intrépidas que funcionan con la misma frecuencia de onda (…) su aspecto conmueve el corazón. No fueron más hondos el asombro y la conmoción de Dante al ver por primera vez a Beatriz en una calle de Florencia. (Alabado seas, Señor por el hermano León, que es tranquilo tiene zarpas poderosas y fluye por la hierva fluida (…). Y él mismo, al verme, ha debido sentir bajo su regia melena el rumor de un Te Deum semejante: Alabado seas Señor por mi hermana de Europa, que es joven y ha venido a mí por el llano de la noche.”
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