09 marzo, 2016

Maribel Campa

Mi amiga Maribel, con la que durante más veinticinco años he rezado muchos rosarios, murió el 1 de marzo, gracias a Dios en su casa, a los 84 años y rodeada del cariño y la oración – que a veces contestaba - de sus siete hijas y su hijo Nacho. Su corona. Incluso en la tarde del día 29 que pasaron sus nietos a despedirse de su abuela, alguno le cantó una canción de las que le gustaban. Aunque el apellido de Maribel era Santiago, todos la llamábamos por el de su marido porque su vida era su familia, la que le dio Aquilino, que murió cuando ella tenía 52 años. “Maribel tu no tienes una familia, tienes un pueblo”, le dije algunas veces. Sonreía, estaba muy orgullosa de sus: 8 hijos, 30 nietos y un biznieto. Una gran siembra. Como diría Unamuno, los dos hicieron intrahistoria. Fue intrépida, alegre y festera, presumida, acogedora y cercana. Maribel tenía una gran humanidad, pero sobre todo mucho sentido sobrenatural. “Dios sabe más”, “Estamos en manos de Dios” eran frases frecuentes en ella. La vi por última vez el 19 de febrero, arregladita y guapa como siempre. Me dijo: - “Aquí estoy, en el banco de la paciencia”. - “Maribel que quieres ¿hablar o que recemos el rosario?”. - “Rezar”. Esta vez el rosario lo lleve yo, pero ella añadió como siempre, un padrenuestro “al Patriarca San José patrono de la buena muerte”. La tuvo