Entre libros y recuerdos
Muchos de mi generación, o por lo menos muchas de nosotras, leímos y disfrutamos a Gustavo Adolfo Bécquer. Yo lo conocí a los 14 años, en un librito en papel biblia – cuyo tamaño hacía posible leerlo en clase sin que lo viera la monja - de la colección Crisol encuadernado en verde. Nos sabíamos muchas de su poesías de memoria y nos encantaban sus leyendas: “el monte de las ánimas”, “El beso”, “Tres fechas”… Era en 4º de bachillerato en clase de la madre Digna, que en gloria está. La madre Digna era capaz de hacernos disfrutar a base de bien traduciendo del latín “La Guerra de las Galias”. Y cuando una vez le preguntamos como fue su vocación de monja teresiana, contestó que a ella el “gancho” se lo echó su madre: sacó un crucifijo y mostrándoselo le dijo: “Éste, es el que más te va a querer”. Y por si esto del gancho no se entiende contaré que cuando el Fundador del Opus Dei vino a Valencia, creo el año 39,a a dar unos ejercicios en el Colegio de Burjasot les dijo a los brillantes residentes: “¡traigo un gancho de trapero…”. Pues bien el curso en que descubrí a Becquer, Mercedes, mi compañera de pupitre, que también está en la gloria – murió en el parto de su quinto hijo – me habló de Rabindranath Tagore y leí: “El jardinero”, “Pájaros perdidos”, “Ofrenda lírica”…El poeta hindú iba a formar parte de mi vida adulta mucho más de lo que Mercedes podía nunca haber sospechado. Y tras este tirar del hilo de los recuerdos, el tema que me llevó a ponerme a escribir ha quedado lejos. No lo siento Quédese para mañana.
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