Mariló

De vez en cuando llamo por teléfono a Mariló. Mariló tiene más de ochenta años, una buena cabeza para la vida práctica y un carácter fuerte y disciplinado. Es viuda, sin hijos, de un comandante de Caballería, y no se de su marido, pero de ella, en su “Hoja de Serevicios”, podría escribirse muy bién: “valor acreditado”. Le costó dejar su casa e irse a vivir a “Las Angélicas, ahora se ha quedado sin vista y con poca esperanza de recuperarla. Lo lleva con paz y categoría humana, y sigue siendo buena conversadora. Mariló es una mujer religiosa, tiene claro que cuando Dios le ha mandado ésto, será para algo. “Algo espera el Señor de mí con ésto”, dice. Cuando compartió esta frase con la boliviana que ahora pasa algunas tardes con ella, ésta dijo convencida: “Claro, lo ha hecho para mí: para que usted me instruya”. Ya la primera tarde que salieron juntas, Mariló le dijo: “ Mire, yo tengo costumbre de rezar el rosario por la calle como usted no tiene porque rezarlo, vamos a estar calladas un rato.” La boliviana no estuvo de acuerdo quiso a prender a rezarlo y se apuntó a rezarlo entero y no solo un misterio como aquella le aconsejó. La última vez que la llamé, Mariló me contó que cuando se quedó viuda estaba desconsolada y no pudiendo resistir la casa, se lanzaba a la calle; un día particularmente duro iba diciéndose a sí misma: “y ahora ¿quién cuidará de mí? ¿ quién me protejerá?. Justo entonces pasaba por delante de una Iglesia y entró. Encontró a la gente de pie y rezando el siguiente Salmo: “ ¿De dónde me vendrá el auxilio? / El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”. Me dijo que aún se emociona al recordarlo, y ante mi comprensión entusiasta, añadió: “Hay otro salmo que me encanta, es éste: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas conmigo / Tú vara y Tú cayado me sosiegan”. Me alegré de haberla llamado.