La enseñanza
“…Nuestra alocada, nerviosa, considerada e increíble tutora y profesora. Hoy es tu cumpleaños y por eso más que nunca queremos demostrarte todo lo que te queremos y apreciamos. ..Aunque te hacemos enfadar, te seguimos queriendo cada día más. Cuando tenemos un mal día, tus bromas y tus risas nos ayudan a seguir. Gracias por todo y más, no tienes precio…” Así empezaba una bonita carta que un grupo de alumnas de catorce años escribieron a su profesora, de Plástica, no ajustada demasiado al canon vigente, artista al fin. Canón temeroso y acobardado, quizá mas desilusionado de lo conveniente porque la realidad es que al profesor hoy no le ayuda nadie, ni siquiera el consejo de dirección. La enseñanza a cualquier nivel está agobiada por la burocracia, y quizá por ello en una buena medida muchos profesores un “tantico amargados”. Enseñar, no debería ser estar obsesionado por rellenar papeles, que hacen ver que uno “cumple”. Hay que revitalizar la figura del maestro. Porque hoy más que nunca, el desarraigo familiar dificulta extraordinariamente la labor del profesor: ¿qué van a importarle un niño las matemáticas cuando ve deshecho el núcleo que le ha dado la vida? Se enseña con lo que se es: el mediocre, con mediocridad. Sobran prescripciones reglamentarias como sobran políticos. Enseñar, sobre todo hasta llegar a la Universidad, es en primer lugar quererse a sí mismo y a los alumnos, es creer en la vida, no arrastrar ésta, y transmitir el coraje y la ilusión necesarios para enfrentarla. Quienes hemos conocido muchos y buenos maestros,lo sabemos.
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