01 mayo, 2012

Reseña

El sábado 28 de abril, hizo mi nieta Belén la Primera Comunión, fué en el oratorio de “Guadalaviar”. Recuerdo la primera vez que estuve en él: también era sábado, pero entonces yo tenía 19 años. “Guadalaviar”, entonces era un “kinder” – no sé si se escribe así – llevado por mujeres del Opus Dei, una comañera de la Facultad me llevó a conocerlo porque tenía que saludar a la Directora y me propuso que la acompañara. Después me invitaron a una meditación para universitarias – que se hacía cada sábado - de la que salí encantada. Pasó el tiempo, Gadalaviar se había convertido en un Colegio de niñas y vi claro que mis hijas – a pesar de mi gran cariño por las teresianas – debían educarse allí. En ese oratorio, he rezado muchas veces como madre y como abuela. Allí han hecho la Primera Comunión mis dos hijas, y con Belén, mis dos nietas. Conservo, como si no hubiera pasado el tiempo, con memoria fotográfica – gran don de Dios -, las caritas y la actitud de las cuatro niñas vestidas con su ingenuo traje blanco con capota y velo de tul, como dulces princesitas medievales. Me emocionó la “concentración” de Belén, su seriedad. Los niños son serios cuando son inteligentes, porque la vida es seria y sus neuronas están en forma. Fue una ceremonia sencilla y hermosa. El sacerdote dijo que las niñas estaban bien preparadas, se veía. Sentada en lugar preferencial, como abuela, podía ver, continuamente, la carita morena de Belén, su “recogimiento”. Los niños son de Dios y para Dios. Debemos tratarlos con reverencia. Debemos, con en su formación y con nuestro comportamiento facilitar que esto lo tengan claro.