08 mayo, 2007

Ortigas

En las macetas de mi terraza han salido ortigas. Frondosas y pujantes sin que nadie las sembrara. En cambio los jazmines y la buganvilla que me costaron mis buenos euros, no levantan cabeza. Yo no puedo verlas, y conviene que las vea porque sino al regar me pincho la mano, sin acordarme de la parábola evangélica de la cizaña que crece en medio del trigo y el amo del campo recomienda a los segadores que no la arranquen, que la dejen crecer junto al trigo hasta el tiempo de la siega. Al final del tiempo, los segadores que serán los ángeles, separarán trigo y cizaña, quemarán ésta y guardarán el trigo en el granero. Y es que nosotros no somos quienes para decidir que es trigo y que es cizaña, porque las cosas no siempre son lo que parecen. Pero volviendo a mis ortigas, bien se ve que lo malo abunda y además no cuesta esfuerzo. La botánica, como la física ( que conozco más) por su íntima conexión con el mundo real, tiene mucho de aplicación moral. Razón por la cual siempre me gustó ésta.

Entre las macetas he aprendido que la paciencia es importante. Las plantas, como los humanos, también pasan sus malas rachas. Hay que comprenderlas y no precipitarse a arrancarlas de raíz para aprovechar el tiesto y plantar otra cosa, cuando su aspecto no es atrayente. Démosle tiempo, quizá se recupere y vuelva a brillar frondosa. Justo eso me ha ocurrido a mí con la planta que llaman del dinero. La puse en el belén y se tiró allí un mes sobre la cueva, sin ver un rayo de sol. Cuando la saqué a la terraza daba pena verla. Ha “rebiscolao”. Si los hombre fueran más aficionados a las macetas, quizá fueran más fieles. Digo yo.

Las ortigas me recuerdan cómo de niña, los veranos de Samper, me gustaba cuando iba a las eras pasar por entre los cardos y arañarme adrede las piernas, recordando lo que el Señor sufrió en la Pasión. Aquello era mi pequeña contribución a ella. Lo recuerdo con cariño. Tener el sentido de lo sacro, es una riqueza impagable que quien la posee, hará bien en custodiar..