Un rostro sonriente
El martes pasado salí con Belén, mi pizpireta nieta de tres años y medio. La llevé a dar de comer a las palomas ( sin enterarme de que las quieren erradicar y está prohibido darles de comer) y luego a ver un minuto a la Virgen de los Desamparados, que está preciosa en el camarín, refulgente y cercana. Antes de entrar, como sabe rezar el Avemaría le dije que íbamos a rezar una por una serie de personas de la familia que ella conoce bién. A cada nombre me decía “¿y por qué?” y yo contestaba: “porque está malito” o “porque sea bueno” hasta que llegué a uno que está pasando un momento difícil y como no era cuestión de explicárselo le dije: “porque está triste”. Al oírlo, me dijo alegre y rápida: “¿Y por qué no pone una cara sonriente?” Encontré mucha sabiduría en esa respuesta, que por otra parte la pequeña Belén vive intensamente porque se pasa el día con la sonrisa en la boca. Su madre y su colegio ( “la alegría es parte integrante de tu camino”) le han enseñado a encarar todo alegremente. Y por lo visto sabe también como se vuelven alegres las cosas cuando uno modifica en este sentido su rostro. Siempre he admirado a esas personas que sonrien con facilidad. . Mi padre, que era buenísima persona y a quien siempre admiré, no lo hacía. Mi amiga Pilar que acaba de llamar por teléfono, lo hace siempre y mi amiga Marisol me dijo una vez que ella, para conseguirlo decía con asiduidad: “Jesús, María y José / que sonría de una vez.”
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