Un rayo de sol
“Un rayo de sol Oh¡Oh”…cantaba, chuleándose, por el Altero mi hijo Juan con poco más de tres años, pantaloncito corto naranja, camisa a cuadros “a conjunto” (como diría mi Marta) cara morenita, ojos chispeantes y una sonrisa de pillo que alegraba la vida. Los niños, cuando viven protegidos por el cariño incondicional que sus padres tienen el uno por el otro (la indisolubilidad matrimonial lejos de aguar la fiesta la prolonga) viven felices y alegran, sobre todo si tienen hermanos. Me he acordado de esto mientras rezaba el rosario, frente a una bonita talla morena de la Virgen que tengo junto a la ventana y un rayo de sol iba recorriéndola poco a poco, tal como contempló Claudel en Notre Dame, como nos dice cuando cuenta su conversión, y no tuvo mas remedio que desgranar avemarías.
Me gusta rezar el rosario por la mañana una vez duchada, desayunada e instruida (en este caso por santa María Faustina Kowalska cuya lectura me mejora e inquieta) porque tengo la experiencia que el hacerlo así ordena e ilumina el día. Mi Virgen, que podría ser muy bien una “Sedes Sapientie”, porque está sentada, teniendo al Niño Jesús sobre las rodillas, está sobre una esbelta columna corintia y muy cercana a un cuadro al óleo de Juan, cuando tenía seis años, que pintó mi marido entonces. Juan María de niño, al lado de María está.
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