27 marzo, 2007

La misa en la abadia trapense

Cuenta el actor Alec Guiness en “Blessing in Diguise” de su estancia en la abadía:

“La primera mañana me despertó a las 4,30 un parlanchín hermano lego irlandés
que me traía un té dulce muy fuerte y una galleta de chocolate. Aunque miraba la galleta con cierta envidia, sin duda se lo debió ofrecer a Dios. Al llegar a la amplia capilla, una habitación sobria de color blanco y llena de corrientes, me quedé sorprendido ante el espectáculo. Las grandes puertas que daban al Este estaban abiertas y el sol, una ardiente esfera roja comenzaba a alzarse por encima de una granja lejana; ante cada uno de los doce o más altares había un monje cuidadosamente revestido – pero calzado con las botas de granjero que aún llevaban pegados los excrementos de las vacas – que musitaba su misa en privado. Cada una de las misas, dichas en voz muy baja, casi en un susurro, se hallaba en un momento distinto, de modo que en una de ellas podía oirse el tintineo de la campanilla del Sanctus al que seguía, medio minuto después, otro tintineo un poco más lejano. Durante los que serían unos cinco minutos, las campanas lo inundaron todo con sus sonidos, mientras el sol se iba aclarando a medida que avanzaba. Era sobrecogedora la sensación de que Dios se iba expandiendo, llenando hasta la última esquina de la iglesia y del mundo entero.”

(Bonito ¿no?. Sacado de “Escritores Conversos” pág 393)