26 marzo, 2007

Alec Guiness

Alec Guiness

Poco antes de hacerse católico, Alec Guiness se retira unos días a la abadía de Mount
St Bernard, un monasterio trapense situado en las Midlands. Aunque allí el silencio es estrictamente observado, le adjudicaron un monje, el padre Robert Hodge para que hablara con él siempre que quisiera. Aquel monje había sido sacerdote anglicano antes de convertirse. Tenía unos cincuenta años y no muy buena salud. Entre el y Guiness se fraguaría una buena amistad:

“Era un hombre encantador..y me fue desmenuzando uno a uno a los demás monjes, detallándome su profesión..me preguntó que pensaba yo que era lo más difícil para un monje. “Los demás monjes”, repuse de inmediato. Me echo una de esas miradas burlonas que eran la especialidad de Edith Sitwell y dijo solemnemente: “Así es”. Y yo me sentí como si fuera el primero de la clase”

A través del padre Hodge se enteró de que entre los monjes, uno había sido agente de aduanas, otro comandante del Cuerpo de fusileros y un tercero era, hasta el año aterior, miembro de la Policía de Londres; luego señalando a un monje de color que se encontraba podando un seto, le explicó que procedía de “Abisinia y es un magnífico grangero. Vino a pasar tan solo unas semanas hace…sí, veinte años. No se que haríamos sin él. Es muy alegre”.
Pero la huella más profunda fue la que quedó en él después de asistir por primera vez a la misa que se celebraba muy de mañana en la abadía..


(“Escritores Conversos” de Joseph Pearce)