28 enero, 2007

Reformadores y santos

En cierta ocasión el cardenal Ratzinger dijo que la Iglesia no necesita más reformadores, sino más santos. Vuelto a ser preguntado sobre este tema dijo:

“Vamos a ver la relación entre esos dos términos: reformadores y santos. Un santo es ya un reformador, en el sentido de que vivifica y purifica la Iglesia. Pero generalmente por reformador se entiende gente que realiza cambios estructurales y que se mueve, por así decir en el ámbito de las estructuras. Y yo diría que, de momento no tenemos necesidad urgente de reformadores como esos. Lo que necesitamos en realidad, son hombres cautivados por el cristianismo en lo más íntimo de su interior y que lo vivan como una gran dicha y con esperanza, convirtiéndose así en personas que viven llenas de amor, a las que nosotros, después, llamamos santos.”

“ Los santos han sido auténticos reformadores de la Iglesia. Ellos, en su momento, la hicieron más sencilla y abrieron el acceso a la fe a muchos otros. Solo tenemos que recordar a Benito, que a finales de la Edad Antigua
creó un estilo de vida que hizo que el cristianismo superara la época de la invasión bárbara. O pensemos en Francisco y el Domingo, que, en la edad que la Iglesia era feudal y estaba entumecida, desencadenaron una auténtica movilización de masas con los bríos de un movimiento evangélico que vivía la pobreza del Evangelio, su sencillez y su alegría. O recordemos el siglo XVI. El Concilio de Trento fue muy importante, pero su eficacia en la reforma católica se debe a grandes santos como Teresa de Ávila,Juan de la Cruz, UIgnacio de Loyola, Carlos Borromeo y otros muchos que, habiéndo
sido tocados en su interior por la fe, la vivieron con originalidad, cada uno a su modo, y le dieron forma.Y, por ahí, se introdujeron unas reformas muy necesarias y saludables. Por eso diría también que las reformas tampoco ahora llegarán por medio de asambleas y sínodos – que son justos y muchas veces muy necesarios-, las reformas vendrán por esas personalidades sólidamente convincentes, que nosotros podemos llamar santos”.

(“La sal de la tierra )