25 enero, 2007

Buen hallazgo

Poniendo orden entre papeles me he alegrado de encontrar este que, selecciono.copio y pego:


"Diario de mi vida durante la revolución francesa"
Grace Dalrymple Elliot Ed. aldemar/ histórica


Mrs. Elliot, escocesa, inteligente, simpática y de gran belleza, fue amante del Principe de Gales del que tuvo una hija. Luego lo fue del Duque de Orleans, con el que después de su aventura siguió manteniendo una gran amistad y cariño. Ël que fue guillotinado le evitó a ella la guillotina destruyendo todas las cartas de ella y la dejó heredera a su muerte.
Mrs. Elliot que se salvó de la guillotina y con su valentía salvó al Marqués de Chansenets y a otros de ella, estuvo varias veces en la cárcel de una de esas estancias en ella nos dice:
“Sobre las ocho de la tarde, sentada junto al fuego, sin poder reprimir el llanto, entraron el carcelero y su esposa llevando un camastro parecido al mío, relativamente más confortable que los otros que había en la celda. Se mostraron compasivos conmigo, trataron de aliviarme en mi dolor y me dijeron que en breve tendría compañía en la celda. Pregunté quien era. Me dijeron que unanciano inglés...La verdad es que me molestó. Tener en breve compañía masculina.
Cuando el pobre anciano entró en mi celda, vi que se trataba del doctor Gem, un médico inglés que vivía en Francia durante cuarenta años; tenía entonces ochenta años d edad. Me doió mucho ver a un hombre tan mayor en semejante lugar. El también se sorprendió dolorido de verme allí; me dijo que había algo que me concernía: que en breve se decidiría mi suerte. También me dijo que no temía por su vida, pues al fin y al cabo era un filósofo y un ateo; esto último lamenté oírselo dcir. Parecía desear que haláramos sobre estos supuestos, la filosofía y el ateísmo, pero le rogué que me dejara como estaba, esto es, en lo que el llamó mi ignorancia...La religión era el único consuelo que me quedaba en aquellas circunstancias, ante las pavorosas escenas que veía a diario desde hacía tiempo. Supongo que eso me dio las fuerzas necesarias para sostenerle cuando se vino a bajo, cuando el pobre hombre cayó en un estado de desesperación evidente al saberse desprovisto de lo que había sido su mundo, su tranquilidad, las comodidaddes que hasta entonces había gozado. Traté de divertirle con anécdotas y al final conseguí que se riera. Después, con los ojo llenos de lágrimas, me dijo: “Parece usted feliz y contenta, aunque quizá en pocos días la conduzcan al cadaldso. Yo, en cambio un viejo, sólo echo de menos la vida cómoda y grata”. Le hacía la cama, limpiaba la parte e celda que ocupaba, le lavaba la cara y las manos, remendaba sus medias...En fin, le presté todas las atenciones que deben tenerse con una persona de su edad que a penas puede valerse.