Cartas viejas
El 28 de diciembre de este año me dio por leer, en el archivo de documentos, cartas que había escrito en años anteriores. Ese es uno de los encantos del ordenador, el de recoger nuestra historia como quien no hace nada. El todo pasa y todo queda, que decía Machado y que en modo alguno es ajeno al optimismo cristiano. Di con una del 1 de octubre del 99 escrita a mi hijo J. que hacia el Doctorado en Michigam. En ella, hablándole de sus hermanos decía:
“ F. , preocupada por si no encuentra trabajo y no se puede casar. Lo encontrará. Hay que ver la pobre gente que somos, todos mendigos: yo necesito a tu padre, tu necesitas casa, M. necesita un hijo, F. necesita un trabajo, Q. necesitaría trabajar solo de ocho a tres... y todos sentimos que muchas veces la manta de la felicidad no es que sea algo corta, sino que es en lugar de una manta es un mantel. Total que el que todo lo espera de acá, bien poco espera”.
Han pasado siete años: F. no solo tiene un buen trabajo en el que la acaban de ascender, sino dos preciosos niños, J. tiene un magnífico trabajo en Valencia, M. no tiene un hijo solo sino que espera el cuarto para el 15 de enero, Q. es funcionario y tiene el trabajo que quería, En cuanto a mí, aunque siga echando en falta al padre de todos ellos, doy gracias a Dios por mi vida, por ésta con sus gozos y sus sombras. Pensaba que todas estas cosas y otras igualmente estupendas, pasan cuando se reza. Porque además, haciéndolo se consigue tener la óptica adecuada para verlas.
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