El abanico
Ayer acompañé a Aurora a misa. Aurora es una de esas mujeres buenas, que Dios ha colocado en mi camino. Ha superado un cáncer de pecho y ahora el corazón le hace agua. Aurora es gallega, una gallega cariñosa y recia que ha trabajado mucho, que ha luchado mucho para pasar por el mundo haciendo bien. Hija de militar, le dice a Moncho, su hermano pequeño que, como tantos otros profesionales brillantes, no practica la fe en la que lo educaron. : “Moncho, papá no nos ha dejado bienes de fortuna, porque no los tenía, pero nos ha dejado la fe que es un bien infinitamente mejor”. Él le escucha atenta, Aurora ha sido un poco como su madre, a ésta la perdieron de muy niños. Ella, que como tantas mujeres, madres o hermanas, lleva toda su vida rezando por él, procura decirle cosas que le toquen el corazón, está convencida de que éste es “recuperable”. Al acabar la misa, Aurora me regaló el abanico que estaba utilizando, a veces la abanicaba yo para evitarle esa fatiga, porque Aurora está mal. Me dijo: Quédatelo Rosa, para que cuando lo uses te acuerdes de rezar por mí”. En el abanico, sobre la tela blanca estaba escrito con letras rojas: “LA FAMILIA, SI IMPORTA”. Seguro que era el abanico que venía, junto con el rosario de dedo y el libro en el que Benedicto XVI habla sobre la familia, en la mochila del peregrino. Hace tiempo, otra amiga me regaló otro abanico blanco. También al hacerlo me dijo que así, cuando lo usara, podía acordarme de rezar por ella.
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