10 mayo, 2006

Como la leche

“Yo no se como Dios te tejió en mis entrañas…” dijo la madre de los Macabeos al último de sus hijos, para confortarle en la fe de Abraham y que acepara la muerte, como sus seis hermanos mayores, antes de sacrificar a los ídolos. Y le habla de que si es fiel, ese mismo Dios lo resucitará. Lo tejerá de nuevo. Bello y antiguo testimonio de cómo la fe se transmite en familia. Y de como esa transmisión no se hace sin el sacrificio de los padres. No sale sola. Sale con dolor, como se amamanta muchas veces. Los hijos reciben la fe de la madre, no solo porque los lleva a bautizar con presteza, sino porque al traerlos al mundo, alimenta sus almas como alimenta sus cuerpos. El que no me ocupe ahora de la importancia que la fe del padre tiene en la transmisión de la fe a los hijos, no quiere decir que no crea en ella. En la pre- adolescencia, el padre, con su sombra, con el estar ahí, con su prestigio, la afianza y confirma la fe de los hijos. Pero la fe de la madre es decisiva y deja huella imborrable. Hemos leído en muchas vidas de santos y hombres célebres: “su madre era una mujer muy religiosa”. Pongo el ejemplo de Romano Guardini: “ Se abrió a las prácticas religiosas, sobre todo por influjo de su madre, que se esmeró en comunicarle un profundo respeto por las realidades sagradas. El mismo cuenta como su madre, al volver de comulgar en la iglesia, se apresuraba a darle a él y a sus hermanos un beso especialmente sentido. En ese gesto veía el pequeño Romano una clara voluntad de vincularles de alguna forma al ámbito de lo sacro en el que ella acababa de participar e modo intenso.” ( A. López Quintás, “Cuatro filósofos en busca de Dios”)