24 marzo, 2006

La lengua

En mi lectura diaria de tres minutos del Nuevo Testamento (con concentración, tres minutos son suficientes dada la importancia del texto). Le ha tocado el turno a las Epístolas. Les estoy sacando mucho partido después de haberlas leído durante años. Quiero copiar aquí un trozo de la única que tenemos de Santiago, verdadero “hijo del trueno” aún después de su conversión. Hablando de la lengua dice:

“Si alguno no peca de palabra, es varón perfecto, capaz de gobernar con el freno todo su cuerpo. A los caballos se les pone freno en la boca para que nos obedezca, y así gobernamos todo su cuerpo. Ved también las naves, que, con ser tan grandes y ser empujadas por vientos impetuosos, se gobiernan por un minúsculo timón a donde quiere el impulso del que lo dirige. Así también la lengua con ser un miembro pequeño se gloría de grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno inflama a su vez toda nuestra vida.
Todo género de fieras, de aves, de reptiles y animales marinos es domable y ha sido domado por el hombre; pero a la lengua nadie es capaz de domarla; es un mar turbulento y está lleno de mortífero veneno. Con ella bendecimos al Señor y Padre nuestro y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma boca proceden la bendición y la maldición. Y esto hermanos míos no debe ser así. ¿A caso la fuente echa por el mismo caño agua dulce y agua amarga? ¿puede acaso hermanos míos, la higuera producir aceitunas o higos la vid? Y tampoco un manantial puede dar agua salada y agua dulce” (epístola de Santiago 3, 1-12)