Francisco y la abuela
En “El nombre de Dios es misericordia”, Francisco nos cuenta, en 2016, un encantador episodio que vivió en 1992, y tiene como protagonista a una viejecita. En él, ésta le acabó diciendo al futuro Papa: “Sin la misericordia de Dios el mundo no existiría”. Oigámoslo: “Me parece que aún la veo, dice el Papa. Era una mujer mayor, pequeñita, menuda, completamente de negro, como se ve en algunos pueblos del sur de Italia. Hacía poco que me había convertido en Obispo Auxiliar de Buenos Aires y se celebraba una gran misa para los enfermos en presencia de una estatua de la Virgen de Fátima. Estaba allí para confesar. Hacia el final de la misa me levanté porque debía marcharme, pues tenía una confirmación que administrar. En ese momento llegó aquella mujer, anciana y humilde. Me dirigí a ella llamándola abuela, como acostumbramos a hacer en Argentina. “Abuela, ¿quiere confesarse?” “Sí”, me respondió. Y yo que estaba a punto de marcharme, le dije: “ Pero si usted no ha pecado…” . Su respuesta llegó rápida y puntual: “Todos hemos pecado”. “Pero quizá el Señor no la perdone…”, replique yo. Y ella: “El Señor lo perdona todo”. “Pero usted cómo lo sabe?” “Si el Señor no lo perdonase todo – fue su respuesta – el mundo no existiría.” Este poético diálogo, tiene para mí el sabor evangélico del que mantuvo el Señor con la mujer samaritana, que nos cuenta San Juan, o con la mujer cananea, que nos cuenta San Marcos. También en ambos, el Señor fue, como el Papa, un “provocador”, y además: seguro que al Papa la “abuela” le recordó a su abuela Rosa.
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