14 mayo, 2015

Dorothy Day (misa, lucidez )

Dirigiéndose a su hermano dice: “Tal vez te sorprenda saber que, muchas mañanas, después de pasar la noche sentada en una taberna o al volver de Bailar en Webster Hall, entraba en st. Joseph para oír la primera misa. La iglesia estaba a la , ahora que vuelta de la esquina de mi casa y me llamaba la atención ver entrar a la gente a primera hora para la misa diaria. ¿Qué encontraba allí? Era como si palpara la fe de quienes me rodeaban y tuviera ansias de ella. Por eso solía entrar y quedarme arrodillada en el último banco de st. Joseph y es posible que incluso suplicara: “Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador.” Dice así en otro momento del libro: Madre me ha enviado unos cuantos libros del instituto (ahora que tengo donde guardarlos) y el otro día me encontré con estas palabras, escritas con mi letra en un trozo de papel desvaído. No recuerdo haberla escrito. “La vida sería totalmente insoportable si pensáramos que no vamos a ninguna parte, que no tenemos nada que esperar. El mayor regalo que nos puede hacer la vida es la fe en Dios y en un más allá. ¿Por qué no la tenemos?. Quizá porque como todos los regalos hay que pelear por ella. “Creo Señor” (o, más bien , “tengo que creer o desesperar”), “ayuda mi incredulidad”. “Arráncame el corazón de piedra y dame un corazón de carne”- y acto seguido escribe – Resulta interesante observar que estas peticiones son imperativas. Parece que Dios espera de nosotros que reclamemos estas cosas como si fueran un derecho, y no implorando un favor. “Danos hoy nuestro pan de cada día, y no: “Te pedimos que nos des pan”.