09 septiembre, 2009

La alfombra

Cuando era joven oí a alguien decir con autoridad: “Hemos de ser para los demás como una alfombra, para que los demás pisen blando”. Me indigné. ¿Qué es eso de que los demás nos puedan pisar? ¿Dónde está la propia valía? ¿Cómo compaginar lo de la alfombra, con lo de que no se enciende una luz para meterla debajo de un celemín sino para ponerla encima de un candelero y alumbre a todos los de la casa? Y eso, sin contar lo grato que es para cualquiera, ser el perejil de todas las salsas.

Ha pasado el tiempo…,mucho tiempo. Y casi al final del camino, he podido comprobar que ser alfombra es vivir eficazmente, de eso las madres sabemos algo. Es más, parece que estamos diseñados para serlo. Hace pocos días, tropecé con estas palabras de San Josemaría: “Al predicar que hay que hacerse alfombra donde los demás pisen blando, no pretendo decir una frase bonita: ¡ ha de ser una realidad¡…” y continuaba hablando de santidad, y decía que, aunque difícil es asequible a todos. Pensaba en estas cosas al ver y lamentar como se está educando a las nuevas generaciones, prescindiendo de algo, tan necesario para convivir, como es la abnegación. Si se oye a algunas parejas jóvenes, todo son reivindicaciones, una exhaustiva lista de derechos y deberes, que van de uno a otro como una pelota de tenis. Lástima. No se han enterado de que amor y sacrificio van juntos. A lo mejor nadie se lo ha dicho. Desde luego la televisión, no.