11 septiembre, 2009

De mi vida

Aunque creo que se trasluce que no vivo con mi marido. El divorcio fue cosa suya, y bastante me costó el asumirlo después de haber luchado como una cosaca para salvar mi matrimonio. Nunca he hablado de este tema y ahora, tras el párrafo de mi anterior entrada he pensado, decir algo sobre ello. ¿Por qué? porque de momento se me ha ocurrido que si algunos de los que leen, rezan una Avemaría por él a la Virgen: “Reina de las familias”, “Madre del Amor Hermoso”, “Virgen del Milagro” y “Nuestra Señora del Camino” (advocación esta última del nombre de mi Parroquia), pues le caen al buen hombre ( que bueno es pero lo sedujeron) un montón de oraciones que no son para despreciar. Gracias, porque muchos lo harán.

Los dos nos casamos, hasta que la muerte nos separara. Eso no ha ocurrido.
Siempre tuve claro que él, quisiera o no, no podía romper lo que Dios había unido, como también que “poderoso es Dios para suscitar de estas piedras, hijos de Abraham”. La gracia matrimonial del sacramento sigue estando ahí. Todas estas cosas – además del cariño que me tiene, no se olvida así como así a la esposa de la juventud y madre de los hijos – me han ayudado a no perder la esperanza de que todo acabe, como empezó.

No se paga con dinero el estar convencida del “omnia in bonum” de San Pablo: “Para los que aman a Dios,todo sucede para bien”.