09 diciembre, 2016

Eveline

Anoche leí “Eveline”, un cuento de Joyce (“Dublineses”), me gustó. Una mujer joven cuya vida ha sido dura: al perder a su madre saca adelante a su familia: dos hermanos y un padre violento, decide huir con un marino a Buenos aires porque él le ha dicho que allí se casará con ella. Necesita soñar y sueña: “ ¿Por qué había de ser desdichada? Tenía derecho a la felicidad. Frank la tomaría en sus brazos, la estrecharía en ellos. Él la salvaría.” Nada nuevo una chica que va a dar un mal paso, un mal paso que condicionará toda su vida. “Estaba entre la hormigueante multitud de la estación de North Wall: él la llevaba de la mano y ella sabía que le hablaba, que le decía una y otra vez algo del viaje. (…) No respondió a sus palabras. Sintió sus mejillas mortecinas y frías, y entre un laberinto de zozobras rezó a Dios que la guiara, que le mostrara la senda de su deber” y continúa la narración: “El buque lanzó a la niebla un apesadumbrado silbido. Un paso adelante y mañana se encontraría en el mar con Frank, navegando hacia Buenos Ase le ires. Su pasaje estaba cerrado. Una náusea de angustia estremeció su cuerpo; sus labios no dejaron de moverse en oración silenciosa.” Pese a los apremios de él: ¡Ven¡. Ella se aferró con las dos manos a la barandilla de hierro. Sus manos agarraron frenéticamente al hierro. No le siguió. Este relato lo leerá mi nieta Marta de 17 años y lo comentaremos. Mi nieta Marta es una niña a quien se le ha enseñado a rezar, ¿Cuántas Martas hay que no saben la inestimable ayuda que es la oración, el recurso confiado al ángel de la guarda? ¿Qué estamos enseñando a quienes nos siguen?