Del santo Cura de Ars, (1786 – 1843)
“A aquellas muchachas, a las cuales el Cura de Ars “había hecho salir como de otro mundo”, las asociaba a su solicitud y a sus penitencias por los pecadores. Cuando el señor Cura, refiere Catalina, nos decía que Dios había sido ofendido por los escándalos en las fiestas y en los bailes, las mayores pedían permiso para pasar la noche en oración a fin de pedir perdón por los culpables (…) Cuando aquellas niñas iban de paseo arrancaban ortigas y se frotaban con ellas el rostro. El Rvdo. Vianney les había dicho que era necesario padecer por los pecadores. El Santo gozaba en el orfanato un prestigio maravilloso. Una de las pequeñas adoraba a una muñeca, por otra parte fea y muy mal hecha, pero a la que quería con toda su alma, hasta llevarla consigo a todas partes. El Rvdo. Vianney le exigió un sacrificio y la movió…a que la echase al fuego. – La cosa pasó en la cocina del orfanato – La pobre niña pareció un momento desconcertada. De repente se decidió, y resueltamente echó su ídolo a las llamas. Fue sencillamente heroico. Muchas jóvenes tuvieron un fin admirable, tal que podría escribirse una “Leyenda de oro”. Unas se alegraban de morir porque iban al cielo; otras cantaban o pedían que se cantase un himno de acción de gracias. Una, que siempre había temblado ante la idea de la muerte exclamaba antes de morir: “Oh, qué contenta estoy¡ Cuán grande es la felicidad que se encuentra en la religión¡” Y mientras cantaban en torno suyo un himno que le gustaba mucho, unía con todas sus fuerzas su voz a la de sus compañeras.” (“El cura de Ars”, Francis Trochu)
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